jueves, 30 de diciembre de 2010

ANTES DE DERRETIRSE

Hombre de Nieve... en Amsterdam


FOTO POR: ALEXANDRA FEO

TEXTO POR: VICTORIA PINTO



5:00 am. Invierno, frío para congelarse, la Nevada ha pasado ya y los radiadores de las casas prenden a su máxima potencia. Un diciembre más. Nada florece, todo duerme bajo la nieve.
Las tibias luces de los farolitos alumbran tenues la calle de las flores, así es, en primavera esta será la calle más Florida de todo Ámsterdam, pero no ahora, no hoy, hoy los arboles hibernan bajo densas capas de escarcha sin parecer molestarse. Ellos aceptan bien el cambio, saben que ningún invierno viene igual a otro y parecen disfrutarlo. Cuantos quisieran tener la flexibilidad de la naturaleza en sus corazones.

Yo miro por la ventana. Como siempre, es la mejor manera de recoger historias. Así empiezo el día mientras me pregunto como otros comienzan el suyo, aunque hoy por ser el primero del año nadie sale, todos dudan bajo las cobijas. Si, ha llegado un nuevo día pero se está tardando en comenzar. Los pájaros que se atreven a salir cantan en algún rincón que no puedo ver, entrecierro los ojos para enfocar todo lo que pueda a la mayor distancia posible. Hoy quiero verlo todo.

Decido cambiar de ángulo en la ventana y al hacerlo aparece tres casas más adelante, muy tranquilo y meditabundo, un hombre de nieve. Y yo que pensaba que nadie se había levantado hoy, -que buena suerte tiene- pienso. Ha podido ver el amanecer sin morir de frío, en cambio yo, que me he quedado despierta no tuve la valentía de salir a la calle a mas de 10 grados bajo cero.

Pero ahora hay sol y me dispongo a salir y ofrecerle una taza de café. Mi cama está arriba, alguien la está calentando para mí y sé que puedo ir cuando quiera, de modo que 15 minutos en la absoluta frialdad del polo norte no me parecen una mala perspectiva, siempre y cuando pueda averiguarle algo al hombre de nieve. Se ve soñoliento y ahora bosteza. Creo que me ha visto.

El café está listo, yo me pongo el abrigo, las botas, las orejeras de Mickey mouse, los guantes de cuero y salgo desprevenida. El sabe que voy por él, y no intenta moverse de su sitio. El frío me golpea la nariz como si me hubiera dado un cabezazo, me he olvidado la bufanda, que tonta tonta soy, trato de meterla entre las solapas del abrigo mientras camino con la taza de café en la mano izquierda, cuando llego a la entrada de la tercera casa ya se ha enfriado.

-Feliz año nuevo!. El hombre de nieve me recibe y me agradece por la taza de café. Le digo que me alegra ver a alguien levantado. El me explica que no tiene mucho tiempo y que siempre había querido ver la salida del sol el primero de enero. Yo le cuento que ese fue uno de mis propósitos de este año, y que lo tengo anotado en un papelito que escribí la noche anterior -ver la salida del sol el primer día del año fue uno de mis propósitos de año nuevo, mira, lo anote en este papelito- dije sacando el papelito
-claramente no lo pensé bien.... No fui capaz de salir, hacía mucho frío-
-Me hubieras hecho compañía- dijo el hombre de nieve mirando hacia el infinito. Le advertí que no mirara directamente al sol o se enfermaría. El me respondió que le hubiera gustado tener una lista de propósitos de año nuevo, luego hizo una cara de tristeza mortal... Me dio mucha pena por el.
-Hagamola! - Dije sacando el lápiz que invariablemente tengo entre los bolsillos.
-No vale la pena... Me derretiré en febrero-

-Oh... – recuerdo que es un hombre de nieve y que tiene los días contados. No debí decir aquello de la lista.
-Vamos a hacerla de todas formas!- Dice el de repente, emocionado. Yo saco mi lápiz de nuevo y el empieza: -Quiero aprender a tocar la guitarra, aprender a bailar tango, adoptar un gato, viajar a sur América, ver las pirámides, cantar en público, bajar de peso (tengo unas cuantas bolas de nieve de mas aquí arriba)…- dice señalándose el pecho, habla cada vez más rápido y con más emoción, yo anoto con mi mano entumecida que se ha atrevido a salir del guante de cuero, tratando de no perder un solo detalle.
-…bañarme en el mar, ver florecer los arboles de esta calle, enamorarme, acariciar unos cachorros, y bueno todas las cosas normales que hacen los seres humanos-

Los dos nos quedamos en silencio sonriendo ensoñadoramente hasta que al revisar la lista le advierto
-pero... Hombre de nieve... Estas cosas no son las que hacen los hombres...normalmente-
-Ah no?- Dice extrañado. -Que hacen entonces?-
-pues... Vamos al trabajo y luego a casa... Y tomamos café y también vemos tv..., pero la verdad es que no hacemos toooodas esas cosas al tiempo, ¡algunos no las hacen en toda una vida!-
El hombre de nieve piensa por un momento -entonces, creo que no quiero hacer las cosas que hacen los humanos tanto como pensé...-
Tuerzo la boca pensativa -Yo a veces, tampoco-
Luego me alcanza su bufanda roja para que pueda cubrirme la nariz, fue muy amable de su parte.
-Tal vez si viajas hacia el norte no tengas que derretirte y podrías existir durante todo el año. No te podrás bañar en el mar nunca, pero te enviare fotos de los arboles floreciendo y podrás adoptar un gato y acariciar unos cachorros en el viaje-
-Tienes razón, tal vez lo haga- dice levantándose, y caminando se aleja de la Calle de las Flores. Yo camino hacia mi casa arrastrando las botas, con el olor a nieve en mi bufanda regalada, y pienso que no se tocar la guitarra ni me atrevo a cantar en público.

Me meto bajo las cobijas y digo en voz alta, -hace mucho que no vamos a la playa.-
Pero este año va a ser diferente, voy a ser de nieve, voy a disfrutar cada segundo, antes de que me derrita.

Y voy a adoptar un gato.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Agustina... y Adolfino

Encontrando la Suerte en el Amor...


Antes de marcharse de su ciudad Agustina fue a la tienda de tatuajes y se tatuó un trébol de cuatro hojas en el cuerpo; lo hizo como una autómata, los últimos meses en ese lugar la estaban ahogando ya no hacía nada con sentido, simplemente lo que deseaba y quería al despertar, eso hacía; sin saber por qué y segura de que era lo que debía hacer se estampó con tinta permanente lo que ella reconocía como un símbolo de buena suerte, lo único que le quedaba, la suerte. La noche antes de partir escribió una lista con las cosas que deseaba y entre ellas la número 58 decía, “un gran toque de buena suerte”.

Su llegada al otro mundo estuvo curiosamente marcada desde el principio por una serie de acontecimientos productos de una buena suerte inexplicable, sabiendo que huyó con todo su vida en dos maletas, apenas centavos para sobrevivir, sin lugar donde vivir y un porvenir  incierto, no encontraba otra explicación a toda la buenaventura que le estaba ocurriendo mas que a la buena suerte... como haber tomado un baño en un mar de tréboles.

Finalmente llegó lo que parecía ser el verdadero destino de esa huída repentina, la materialización del deseo número 58 de la lista, la consecuencia directa de haberse impregnado con tinta verde aquel trébol.

Venía de un lugar no muy lejano y legendario con un par de ojos verdes muy grandes y una mirada carente de cualquier tipo de humanidad mas bien etérea y básica, como si acabase de llegar a este mundo y no perteneciera a esta estirpe; su nombre era Adolfino, sus formas no tenían ningún tipo de impostura o arrogancia humana, tampoco se podía divisar ninguna actitud estudiada o premeditada.

Agustina  lo saludo, lo tomo de la mano, le contó su vida y  lo aceptó como si fuera uno mas, aún sabiendo que no era parte del mundo que conocemos; entre largas caminatas y museos se siguieron conociendo. Él nunca dio detalles o información del lugar de donde provenía realmente, le contaba y le describía pasajes de su infancia y su vida aparentemente comunes, ella escuchaba en silencio y atenta pero no creía una palabra de lo que Él decía, convencida que no era de este entorno, tal vez ni siquiera de esta galaxia, sin embargo no le dijo nada, también convencida que el tampoco lo sabía, eso no importaba, después de todo había conseguido lo impensable lo mas difícil, el trébol de cuatro hojas dentro de un mar de tréboles, la suerte en el amor.

Así pasaron los días y los años, los dos caminando uno al lado del otro,  encontrando, buscando, conociendo otros mundos y universos sin separarse por un solo día el uno el otro, sin comentar jamás de donde realmente Él venía y a donde la llevaría una vez llegado el momento.

Cuentan que a veces son vistos por allí, entre grandes ciudades, visitando y observando pero a los pocos días ya nadie los vuelve a ver


Foto: Victoria Pinto
Texto: Alexandra feo