Foto por: Carmen Moreno. Feliz Cumpleaños!! (Gracias por prestarnos tu foto)
Enviada por: Javier García
Texto por: Victoria Pinto
"BSO" : Soul meets body
Casi el día menos caliente del verano. Jane lanza pensamientos al viento mientras juega con el mecanismo hidráulico de su silla, hacia arriba y hacia abajo, de nuevo una y otra vez, el aire acondicionado le da exacto en las pantorrillas haciendo que su puesto de trabajo sea un pedazo de cielo. De repente tiene un sobresalto y dirige la mirada al infinito, como si se diera cuenta de que alguien ha estado observándola, estira el cuello hacia adelante alcanzando a descubrir por dos centésimas de segundo que escribo sobre ella, como un espíritu literario que da un paseo por un momento detenido en el tiempo.
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Es lo que siente Jane todos los
días desde hace un mes, acercándose las 12, inmersa en uno de los días más movidos
del año, mientras observa como todo y todos se mueven pero ella se queda
quieta. Es una sensación extraña, de una vida melancólica.
Cuando era pequeña deseaba tener
exactamente este tipo de trabajo, donde desde una posición cómoda pudiera
observar a los demás y preguntarse a sí misma cosas sobre sus vidas; ¿hacia dónde
irán hoy? ¿Quién los está esperando? Eso es exactamente lo que obtuvo, después
de graduarse como historiadora había obtenido el trabajo de sus sueños en un
museo. Los primeros años fueron divertidos, secretamente llevaba un diario
donde recopilaba las preguntas más frecuentes que hacían las personas. También
acostumbraba describir allí las historias que veía de lejos desde su puesto: parejas
que discutían, niños que por un momento se extraviaban.
Pero este día en especial no había
sido nada divertido, la melancolía por la vida se estaba agotando. Jane siente
que es hora de ponerle un poco de movimiento a su propia historia, la cual piensa
que ha sido una sucesión de hechos aburridores, hasta su propio nombre es
aburrido, “Jane”. ¿Estaría predeterminada desde el nacimiento a vivir una vida
sin sorpresas?
Hasta el día de hoy Jane salía de
su casa todos los días y regresaba en la noche a la misma hora, preparaba un
chocolate caliente y se iba a la cama, los sábados iba al mercado y los
domingos enviaba su ropa a la lavandería. Ocasionalmente y solo en fechas
especiales salía con sus compañeros del museo, porque alguno estaba cumpliendo años,
pero regresaba a su cama antes de las 12.
“Quiero despertar en una ciudad
que nunca duerme” era la frase más odiosa que ella podría escuchar en una
canción. No la había entendido hasta ahora; que si Nueva York tenía corazón propio,
para ella eso era masacrar los derechos de los empleados para disfrute de unos
cuantos turistas con afán de conocerlo todo en un solo día. Algunas veces al
año a Jane le pedían que trabajara en horarios nocturnos, ella odiaba esto. Se
perdería de sus programas favoritos, la harían salir de su rutina todo para que
la “ciudad nunca pudiera dormir” - la pobre, debe estar muy cansada- solía pensar ella.
Ya llegaba a los 37, y hasta
ahora la historia de los demás había sido su única compañera. Era tiempo de
ponerle curvas, pasadizos y sorpresas a su vida. Observo detenidamente y por última
vez su alrededor en el museo y no sintió
tristeza. Lo primero que hizo fue levantarse de su silla e ir a admirar algunas
obras de arte, nunca lo había hecho realmente. Se emborracho con los colores y
las técnicas, conoció gente nueva que se contagio con su entusiasmo y luego…
luego fue hora de renunciar. Si, nadie puede vivir una vida completamente libre
amarrado a una silla en el trabajo, en la ciudad más emocionante del mundo, cuando
afuera pasan cosas increíbles.
Debido a que Jane era prácticamente un activo del museo (había trabajado tantos, tantísimos años allí) el dinero de su liquidación era exorbitante. Aún así no se aventuro hacia Europa, Asia o Latinoamérica como muchos se imaginarían, tampoco quiso ir hacia Australia a surfear las olas. La torre Eiffel tendría que esperar, haría rappel en la muralla china el año próximo, los pingüinos en el polo sur no se desesperarían si ella no llegaba hoy. No, ella se dedicaría en cuerpo y alma a la fabulosa Nueva York, había vivido tantos años allí, y no la conocía, no entendía de donde salía tanta emoción ni tanto aspaviento, no entendía porque tanto turista, tantas cámaras fotográficas, autobuses de city tour ni mucho menos de donde habían salido todas esas canciones dedicadas a una sola ciudad.
Jane decidió que para conocer Nueva York tendría que ir armada de mucho más que sus zapatos bajos de tacón 4 centímetros. Hizo una lista de aditamentos “útiles para recorrer Nueva York” que incluía: I pod con canciones favoritas, audífonos normales y audífonos noise cancelling (es una ciudad bastante ruidosa, si iba a recorrerla lo haría a su manera), canasta para picnic en central park, cámara fotográfica, curso de fotografía básica, libro para ojear en los recorridos del metro, brillo para labios etc. Al caminar por el asfalto sintió la humedad de una brisa extremadamente ligera que le pegaba el pelo a la cara y creyó que era feliz. ¿Qué importa la ciudad y su descanso? Ella quería aprovecharse del mundo y de las latitudes insomnes, pues no era demasiado tarde.
En algún momento de su aventura volvió un día a visitar el museo. Lo recorrió con ojos de niña, como quien nunca ha visto una gota de pintura en su vida, demoro su visita cuanto fue necesario hasta haberlo absorbido con el alma.
Después, siguió su camino, nunca más sería una figura estática de ese no lugar, y es por eso que hoy en la foto más arriba no se puede ver a Jane, ella está en movimiento o ya ha salido del museo, no sabemos.