Un
par de meses antes, un conocido agricultor de la villa, Demi (de
Edelmiro), volvía a casa después de una intensa jornada agrícola, no sin antes haber hecho la obligatoria parada en la fonda que queda
a la entrada del pueblo. Animado por la presuntuosa valentía de
varios vinos, pensó que atajar con su tractor por el centro del
pueblo era una idea luminosa, y allá se dirigió.
Nadie
en el pueblo y alrededores pondría en duda la destreza de Demi al
volante de su Fergusson rojo, pero aquella fatídica tarde-noche, un
perro bastante desagradable a causa de la sarna, que había llegado
al pueblo ese preciso día vagabundeando desde no se sabe dónde,
decidió atravesar la plaza desierta coincidiendo en tiempo y espacio
con el tractor Fergusson rojo del “alegre” Demi.
Los
vinos habían contribuido con mucha efectividad a la reducción de la
vista periférica de Demi; es por eso que no vio al perro mestizo y
sarnoso hasta el preciso momento en que se encontraba frente a él.
Torpemente, giró el volante (en sus posteriores relatos, Demi
describiría el volantazo como una maniobra osada y heroica)
perdiendo el equilibrio e impactando su cabeza contra el cristal de
la puerta derecha y quedando momentáneamente inconsciente. Tras
avanzar unos metros fuera de control, el Fergusson rojo se detuvo con
una sacudida seca.
Nadie,
excepto el perro sarnoso y Don Froilán El Párroco, se percató de
lo que había ocurrido. Aunque Don Froilán, hallándose más
envuelto aún por los vapores del vino que el mismo Demi, olvidó el
estruendo casi al momento.
Unos
treinta minutos después, Demi volvió en sí. Se apeó como pudo del
Fergusson y se plantó de pie junto al tractor rascándose la
coronilla y preguntándose qué diantres había ocurrido. De repente,
aterrorizado, vio que algo asomaba bajo su máquina. Rodeó el
vehículo hacia la parte delantera, y con un largo suspiro comprobó
que la única víctima del suceso había sido el buzón de Correos
del pueblo.
A
la mañana siguiente, todo el pueblo ya era conocedor del accidente.
Bueno, todos excepto Don Froilán, que aún no había despertado de
su apacible sueño etílico.
Como
el servicio postal se realizaba tan sólo cada quince días y el
buzón estaba rebosante de correspondencia, el alcalde había
asignado a un vecino la tarea de recoger y devolver a cada quien las
cartas que infructuosamente habían depositado en el buzón de color
amarillo rancio. La sorpresa de este vecino fue grande cuando
descubrió que muchas cartas no estaban dirigidas a lejanos destinos,
sino que se trataba de correspondencia entre personas vecinas del
pueblo. Como por ejemplo, varias cartas remitidas por Don Froilán
para la mujer de Longinos, El Zapatero. Pero bueno, ésta historia
queda apartada por el momento, ya que no es lo que había venido a
contar. ¡El dichoso párroco daría para escribir toda una trilogía
de mamotretos!
La
corporación municipal acordó reunirse con carácter de urgencia esa
misma tarde, después de la pertinente siesta. El alcalde, que era un
sentimental, realizó un pequeño discurso ensalzando las virtudes
del viejo buzón que tantos años había pasado en el rincón de la
plaza, en el que tantas y tantas veces la gente había depositado sus
cartas con sus ilusiones, sus noticias buenas o malas, sus historias
de amor... Acabó con voz grave su homilía, tratando de convencer a
sus oyentes de la imperiosa necesidad de reemplazarlo “ipso facto”.
El pueblo no podía pasar sin un buzón. Una de las personas que más
aplaudió el discurso fue Don Froilán, aunque nadie sabe por qué...
Tras
la aprobación y celebración de la magnífica arenga del alcalde por
parte de los ediles y de los cuarenta vecinos que asistieron al
pleno, Benigno, El Tesorero municipal, se puso en pie y declaró que
económicamente era imposible hacerse con un nuevo buzón. El estupor
invadió a todos los presentes, incapaces de imaginar un futuro sin
el buzón de color amarillo rancio. Don Froilán estaba muy afectado,
pero nadie se dio cuenta en medio de aquel ambiente de fatalidad...
Después
de una hora en la que todos aportaron soluciones imprecisas y poco
efectivas, Severino, un joven muy vivaz, pidió la palabra y se
dirigió a sus vecinos relatándoles una historia reciente:
Una
semana antes, Severino y varios zagales más del pueblo se habían
trasladado hasta la capital con el fin de conocer y disfrutar de las
mozas de ciudad que tanto idealizaban en su inquieta imaginación.
Habían recorrido varios establecimientos divirtiéndose de lo lindo
y tomando no pocas bebidas “espiritosas”. Finalmente, dieron con
sus huesos en un local de ambiente intelectual, donde intentaron
intimar con varias chicas que pasaban el rato por allí. Ante las
repetidas negativas por parte de las chicas, en un precipitado
arranque de ira y orgullo herido, Severino y varios de los muchachos se
hicieron con un precioso buzón rojo “Hallet-Marshall” que se
encontraba en un rincón del bar. Pusieron pies en polvorosa portando
entre varios el pesado buzón, lo metieron como pudieron en el coche
y salieron picando ruedas en dirección al pueblo. En resumen, no se
sabe si gracias al azar, el destino o la Divina Providencia, el
pueblo había podido solucionar el grave problema del buzón. Y todos
encantados con el color rojo, porque a nadie le gustaba el color
amarillo rancio del antiguo buzón...
Al
día siguiente, entre fanfarrias de dulzaina y tambor, se procedió a
una ceremoniosa colocación del nuevo buzón. Después de unas
palabras del alcalde y tres “Viva Severino”, los vecinos, en
fila india, procedieron a depositar toda su correspondencia. Incluso
algunos, movidos por la emoción del momento, quisieron aportar su
grano de arena a la celebración introduciendo meros sobres vacíos
(nadie quería ser “el único que no estrenó el buzón”). La
fila empezó a avanzar, pero... la sorpresa fue muy grande al llegar
Don Froilán a la boca del buzón y descubrir que era imposible meter
una carta más. ¡Tan sólo cinco vecinos habían podido hacerlo!
Nadie entendía nada. Algunos achacaban el suceso a que las cosas en
el extranjero se diseñaban mal. Otros, pensaban que quizá Don
Froilán había ocupado todo el espacio con sus numerosas cartas.
Había quien conjeturaba que quizá Severino había robado un buzón
falso... El alcalde, poniendo orden, le pidió a Arcadio El Herrero
que abriera el buzón. Quizá estaba ya lleno de cartas, o
comprobarían si el buzón era falso... El caso era que Arcadio lo
abriera.
La
conmoción que se produjo tras la apertura de la puerta del buzón es
inenarrable. El alcalde se quedó paralizado. Varias señoras cayeron
desmayadas al suelo. Los hombres más rudos se santiguaban. Severino
enmudeció por siete largos meses.
Dentro
del buzón descubrieron el cuerpo sin vida de un chico ataviado con
una peineta roja colgada del cuello, un sombrero cordobés y gafas
negras de pasta. A parte de las misivas de los vecinos, el chico
tenía un buen número de sobres, un libro de poesía, un bote vacío
de gominolas y multitud de pegatinas de colores con palabras
escritas.
Lectores,
sentíos privilegiados porque los vecinos del pueblo jamás supieron
ni averiguaron el porqué del fatídico hallazgo. Como en esas series
detectivescas en las que en el último momento se explica el
verdadero desarrollo de los hechos, os contaré que Severino y sus
amigos arribaron a un establecimiento de intelectuales en el que un
poeta llamado Bruno Brandini realizaba una perfomance dentro de un
buzón. El acto consistía en que los clientes del bar dejaban una
carta en el buzón y, a continuación, Bruno Brandini les leía unos
versos desde la boca del buzón y les obsequiaba con una gominola en
forma de corazón y una pegatina con los versos que había leído. A
causa del embrutecimiento del alcohol, ni Severino ni los otros
zagales se habían dado cuenta de que el buzón tenía un habitante.
Bruno Brandini se había desmayado tras golpearse la cabeza y había
despertado varias horas después sin saber que el buzón se
encontraba en un cobertizo nada transitado, detrás del corral del
padre de Severino. Durante un par de días, Bruno sobrevivió
comiendo gominolas, pero acabó falleciendo por congelación. No os
asustéis. Se durmió y ya no volvió a despertar. Seamos benignos...
Volviendo
al pleno del primer párrafo, celebrado tras el descubrimiento del
cadáver de Bruno Brandini, finalmente se resolvió esconder el
cuerpo en el canal que discurría junto al pueblo. La razón es que,
Hilario, uno de los concejales, que tenía una prima casada con un
guardia, afirmó que si daban aviso a las autoridades, probablemente
se llevarían el buzón y, como ya dijimos, la situación de las
cuentas municipales no daba para comprar uno nuevo.
A
veces tengo la impresión de que la vida es una “performans” muy
cruel...
Javi... que a veces no puedo creer lo bueno que eres. Me tuviste atrapada desde el inicio!
ResponderEliminarQue buena historia!
Que buena alternativa a la "tipica historia de cartas de amor"
Me encantó :)
Gracias, Vicky!
ResponderEliminarTe puedo asegurar que fue todo un reto, jajaja!
Genial! me he reído mucho, está claro que los performance son actividades peligrosas.
ResponderEliminarun besico :)
Qué pasada Javi!!! Eres un genio!!!! Me ha encantado, atrapa del primer momento, y el giro que pega es brutal. En definitiva, UN GENIO!!!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Isa y Vane :D
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