viernes, 1 de junio de 2012

PERFORMANS (performance)

Cartas de amor
Foto: "Cartas de amor" de Luisina Sereneli
Enviada por: Victoria Pinto


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La corporación en pleno votó a favor de aquel controvertido punto del día. Ni alcalde ni ediles podían evitar mostrar un ramalazo de vergüenza, pero la situación de las cuentas municipales no dejaba otra salida.

Un par de meses antes, un conocido agricultor de la villa, Demi (de Edelmiro), volvía a casa después de una intensa jornada agrícola, no sin antes haber hecho la obligatoria parada en la fonda que queda a la entrada del pueblo. Animado por la presuntuosa valentía de varios vinos, pensó que atajar con su tractor por el centro del pueblo era una idea luminosa, y allá se dirigió.
Nadie en el pueblo y alrededores pondría en duda la destreza de Demi al volante de su Fergusson rojo, pero aquella fatídica tarde-noche, un perro bastante desagradable a causa de la sarna, que había llegado al pueblo ese preciso día vagabundeando desde no se sabe dónde, decidió atravesar la plaza desierta coincidiendo en tiempo y espacio con el tractor Fergusson rojo del “alegre” Demi.

Los vinos habían contribuido con mucha efectividad a la reducción de la vista periférica de Demi; es por eso que no vio al perro mestizo y sarnoso hasta el preciso momento en que se encontraba frente a él. Torpemente, giró el volante (en sus posteriores relatos, Demi describiría el volantazo como una maniobra osada y heroica) perdiendo el equilibrio e impactando su cabeza contra el cristal de la puerta derecha y quedando momentáneamente inconsciente. Tras avanzar unos metros fuera de control, el Fergusson rojo se detuvo con una sacudida seca.
Nadie, excepto el perro sarnoso y Don Froilán El Párroco, se percató de lo que había ocurrido. Aunque Don Froilán, hallándose más envuelto aún por los vapores del vino que el mismo Demi, olvidó el estruendo casi al momento.
Unos treinta minutos después, Demi volvió en sí. Se apeó como pudo del Fergusson y se plantó de pie junto al tractor rascándose la coronilla y preguntándose qué diantres había ocurrido. De repente, aterrorizado, vio que algo asomaba bajo su máquina. Rodeó el vehículo hacia la parte delantera, y con un largo suspiro comprobó que la única víctima del suceso había sido el buzón de Correos del pueblo.

A la mañana siguiente, todo el pueblo ya era conocedor del accidente. Bueno, todos excepto Don Froilán, que aún no había despertado de su apacible sueño etílico.
Como el servicio postal se realizaba tan sólo cada quince días y el buzón estaba rebosante de correspondencia, el alcalde había asignado a un vecino la tarea de recoger y devolver a cada quien las cartas que infructuosamente habían depositado en el buzón de color amarillo rancio. La sorpresa de este vecino fue grande cuando descubrió que muchas cartas no estaban dirigidas a lejanos destinos, sino que se trataba de correspondencia entre personas vecinas del pueblo. Como por ejemplo, varias cartas remitidas por Don Froilán para la mujer de Longinos, El Zapatero. Pero bueno, ésta historia queda apartada por el momento, ya que no es lo que había venido a contar. ¡El dichoso párroco daría para escribir toda una trilogía de mamotretos!

La corporación municipal acordó reunirse con carácter de urgencia esa misma tarde, después de la pertinente siesta. El alcalde, que era un sentimental, realizó un pequeño discurso ensalzando las virtudes del viejo buzón que tantos años había pasado en el rincón de la plaza, en el que tantas y tantas veces la gente había depositado sus cartas con sus ilusiones, sus noticias buenas o malas, sus historias de amor... Acabó con voz grave su homilía, tratando de convencer a sus oyentes de la imperiosa necesidad de reemplazarlo “ipso facto”. El pueblo no podía pasar sin un buzón. Una de las personas que más aplaudió el discurso fue Don Froilán, aunque nadie sabe por qué...
Tras la aprobación y celebración de la magnífica arenga del alcalde por parte de los ediles y de los cuarenta vecinos que asistieron al pleno, Benigno, El Tesorero municipal, se puso en pie y declaró que económicamente era imposible hacerse con un nuevo buzón. El estupor invadió a todos los presentes, incapaces de imaginar un futuro sin el buzón de color amarillo rancio. Don Froilán estaba muy afectado, pero nadie se dio cuenta en medio de aquel ambiente de fatalidad...
Después de una hora en la que todos aportaron soluciones imprecisas y poco efectivas, Severino, un joven muy vivaz, pidió la palabra y se dirigió a sus vecinos relatándoles una historia reciente:

Una semana antes, Severino y varios zagales más del pueblo se habían trasladado hasta la capital con el fin de conocer y disfrutar de las mozas de ciudad que tanto idealizaban en su inquieta imaginación. Habían recorrido varios establecimientos divirtiéndose de lo lindo y tomando no pocas bebidas “espiritosas”. Finalmente, dieron con sus huesos en un local de ambiente intelectual, donde intentaron intimar con varias chicas que pasaban el rato por allí. Ante las repetidas negativas por parte de las chicas, en un precipitado arranque de ira y orgullo herido, Severino y varios de los muchachos se hicieron con un precioso buzón rojo “Hallet-Marshall” que se encontraba en un rincón del bar. Pusieron pies en polvorosa portando entre varios el pesado buzón, lo metieron como pudieron en el coche y salieron picando ruedas en dirección al pueblo. En resumen, no se sabe si gracias al azar, el destino o la Divina Providencia, el pueblo había podido solucionar el grave problema del buzón. Y todos encantados con el color rojo, porque a nadie le gustaba el color amarillo rancio del antiguo buzón...

Al día siguiente, entre fanfarrias de dulzaina y tambor, se procedió a una ceremoniosa colocación del nuevo buzón. Después de unas palabras del alcalde y tres “Viva Severino”, los vecinos, en fila india, procedieron a depositar toda su correspondencia. Incluso algunos, movidos por la emoción del momento, quisieron aportar su grano de arena a la celebración introduciendo meros sobres vacíos (nadie quería ser “el único que no estrenó el buzón”). La fila empezó a avanzar, pero... la sorpresa fue muy grande al llegar Don Froilán a la boca del buzón y descubrir que era imposible meter una carta más. ¡Tan sólo cinco vecinos habían podido hacerlo! Nadie entendía nada. Algunos achacaban el suceso a que las cosas en el extranjero se diseñaban mal. Otros, pensaban que quizá Don Froilán había ocupado todo el espacio con sus numerosas cartas. Había quien conjeturaba que quizá Severino había robado un buzón falso... El alcalde, poniendo orden, le pidió a Arcadio El Herrero que abriera el buzón. Quizá estaba ya lleno de cartas, o comprobarían si el buzón era falso... El caso era que Arcadio lo abriera.

La conmoción que se produjo tras la apertura de la puerta del buzón es inenarrable. El alcalde se quedó paralizado. Varias señoras cayeron desmayadas al suelo. Los hombres más rudos se santiguaban. Severino enmudeció por siete largos meses.
Dentro del buzón descubrieron el cuerpo sin vida de un chico ataviado con una peineta roja colgada del cuello, un sombrero cordobés y gafas negras de pasta. A parte de las misivas de los vecinos, el chico tenía un buen número de sobres, un libro de poesía, un bote vacío de gominolas y multitud de pegatinas de colores con palabras escritas.

Lectores, sentíos privilegiados porque los vecinos del pueblo jamás supieron ni averiguaron el porqué del fatídico hallazgo. Como en esas series detectivescas en las que en el último momento se explica el verdadero desarrollo de los hechos, os contaré que Severino y sus amigos arribaron a un establecimiento de intelectuales en el que un poeta llamado Bruno Brandini realizaba una perfomance dentro de un buzón. El acto consistía en que los clientes del bar dejaban una carta en el buzón y, a continuación, Bruno Brandini les leía unos versos desde la boca del buzón y les obsequiaba con una gominola en forma de corazón y una pegatina con los versos que había leído. A causa del embrutecimiento del alcohol, ni Severino ni los otros zagales se habían dado cuenta de que el buzón tenía un habitante. Bruno Brandini se había desmayado tras golpearse la cabeza y había despertado varias horas después sin saber que el buzón se encontraba en un cobertizo nada transitado, detrás del corral del padre de Severino. Durante un par de días, Bruno sobrevivió comiendo gominolas, pero acabó falleciendo por congelación. No os asustéis. Se durmió y ya no volvió a despertar. Seamos benignos...

Volviendo al pleno del primer párrafo, celebrado tras el descubrimiento del cadáver de Bruno Brandini, finalmente se resolvió esconder el cuerpo en el canal que discurría junto al pueblo. La razón es que, Hilario, uno de los concejales, que tenía una prima casada con un guardia, afirmó que si daban aviso a las autoridades, probablemente se llevarían el buzón y, como ya dijimos, la situación de las cuentas municipales no daba para comprar uno nuevo.

A veces tengo la impresión de que la vida es una “performans” muy cruel...

5 comentarios:

  1. Javi... que a veces no puedo creer lo bueno que eres. Me tuviste atrapada desde el inicio!
    Que buena historia!
    Que buena alternativa a la "tipica historia de cartas de amor"
    Me encantó :)

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  2. Gracias, Vicky!
    Te puedo asegurar que fue todo un reto, jajaja!

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  3. Genial! me he reído mucho, está claro que los performance son actividades peligrosas.
    un besico :)

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  4. Qué pasada Javi!!! Eres un genio!!!! Me ha encantado, atrapa del primer momento, y el giro que pega es brutal. En definitiva, UN GENIO!!!!

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