Enviada por: Victoria Pinto
Texto: Javier García
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Acabé mis días
de una manera tan absurda como absurdo había sido mi paso por este
mundo.
Ahora que mi
perspectiva ha cambiado tan radicalmente, he podido observar que no
estaba tan solo como yo solía pensar. Que los tipos insulsos que
pasan de puntillas por el mundo abundan como la mala yerba; son (o
éramos) tantos, que si corrieran al unísono hacia el este podrían
incluso decelerar el movimiento rotatorio de la tierra. Pero de tan
sosos que son, ¡jamás tendrán una idea tan luminosa como ésta!
Cuando echo la mirada atrás y repaso
mentalmente los 57 años que pasé vivo (no “viviendo”),
automáticamente se forma en mi cabeza la imagen de una rueda
dentada. Una diminuta rueda dentada, de ésas que forman parte de las
tripas de un reloj. Una rueda que pasa su vida girando, segundo a
segundo, dentro del engranaje, debajo de la esfera, ayudando a mover
otras ruedas para que, finalmente, las agujas marquen puntualmente la
hora y se lleven todo el mérito dejando en el olvido al resto de la
maquinaria…
Y así, girando y girando, pasé la
totalidad de mi vida en Bötburgo, una de esas viejas ciudades
europeas de ambiente rancio y sabor gris. Bötburgo no se
caracterizaba por nada en especial, aparte de estar surcada por una
nervuda red de canales de aguas demasiado densas y demasiado oscuras.
Por lo general, el tiempo solía ser gris y desapacible, excepto
durante un puñado de días en la temporada estival, en los que el
sol brillaba con fuerza. Personalmente, esos días me desagradaban
bastante, porque el sol daba color a la ciudad evidenciando los
manchurrones de humedad en las fachadas que lindaban con los canales,
y el agua, al entibiarse, emanaba un hedor dulzón que se impregnaba
en la ropa.
Muy a mi pesar, mi
vida discurrió estrechamente ligada a los canales.
Pasé mi infancia
junto a mi familia en una barcaza amarrada en el canal nº4. Ahora
esas barcazas son el último grito en lo que a vivienda juvenil se
refiere; en mi época no eran más que sinónimo de pobreza.
Bajo uno de los puentes del canal nº13,
a la edad de 27 años, di por fin al traste con mi virgo. No es un
acontecimiento que me guste recordar, ya que los hechos se
desencadenaron por una sucesión de confusiones y fantasías
lisérgicas (una historia terrible), y aún no me queda muy claro si
hubo alguna presencia femenina en el lugar…
Y a los canales dediqué mi vida
laboral. Mi trabajo consistía en realizar el mantenimiento de las
barandillas de los puentes, además de recoger cualquier atisbo de
basura que pudiera aparecer flotando en las perezosas aguas (que en
el 99% de los casos se trataba de basura producida por los jóvenes
cool que vivían en las barcazas). ¡Malditos hipsters!
Con el paso del tiempo fue tomando forma el conflicto que
desembocaría en mi muerte.
Los canales de Bötburgo comenzaron a
convertirse en zonas residenciales. Por alguna razón que mi
educación no me permite comprender, las barcazas que tanto detestaba
se tornaron en objeto de deseo para una ola de jóvenes mezcla de
bohemios y hipsters. Iban recuperándolas y convirtiéndolas
en casas flotantes. A primera vista, parece una idea romántica; pero
lo que pasó es que mis tareas se multiplicaron por diez, por veinte
o por treinta, no lo sé. Mis lunes se convirtieron en calvarios.
Comenzaba la semana recogiendo los despojos de sus fiestas: botellas,
vasos, ropa interior, montones de colillas, e incluso, en un par de
ocasiones, sillas y algún colchón. ¿Qué carajo hacían para
divertirse? Pero lo que más odiaba era, sin duda alguna, que
aparcaran sus bicicletas en la barandilla de los puentes. Muchos de
los puentes eran peatonales, y las bicicletas acababan por cortar el
paso a los transeúntes.
Llegados a este punto, voy a hacer algo
inusual: os expongo la “ante-moraleja”, que no es otra
cosa más que explicar la moraleja de la historia antes de que ésta
haya terminado:
“No dejéis que la semilla del odio germine. No maldigáis en silencio, porque lo único que ocurrirá es que vuestra sangre se revolverá en las arterias, se ennegrecerá y contagiará al resto de vuestros órganos. Afrontar el problema tranquilamente es la solución.”
Y eso fue, precisamente lo que no hice.
Mi odio fue creciendo en silencio día a día, segundo a segundo, al
ritmo de la ruedecita dentada; mientras, los jóvenes se comportaban
despreocupadamente, con una pizca de soberbia y grosería, como las
típicas agujas del reloj.
El vaso de mi ira se desbordó la
mañana en que me disponía a trabajar en el canal nº5. El
puentecillo se encontraba atestado de bicicletas dejando un mínimo
espacio para el tránsito. Exploté en un torrente de maldiciones
cuando descubrí que habían sido amarradas a la barandilla con
cadenas. Algunas cabezas asomaron por los ventanucos de las barcazas.
Risillas sofocadas se oían desde sus camarotes. Más enfurecido aún,
fui hasta mi casa a por mis herramientas. A los pocos minutos
regresaba al puente, con mi cizalla arrastrando por el suelo y la
mirada perdida. Mascullaba entredientes. Comencé a cortar una
cadena, y otra, y otra... Agarré la primera bicicleta, la elevé
sobre mi cabeza y, cuando me disponía a lanzarla por encima de la
barandilla, ocurrió el desenlace.
Mis articulaciones estaban ya oxidadas
y afectadas por reúma. Tantos años junto a las aguas del canal no
podían ser buenos. Mis brazos fallaron, y la bicicleta cayó sobre
mí. El manillar dio un golpe seco sobre mi frente. Perdí el
equilibrio. Me balanceé sobre la barandilla. Caí semi-inconsciente
a las aguas densas. La bici cayó sobre mí. Y ya está. Muerte
absurda.
Nadie me buscó. Al faltar una bici, y
sabiendo todo el mundo lo harto que estaba de todo, simplemente
pensaron que había huido de Bötburgo. A los tres o cuatro días,
durante la noche, salí a flote. Pero todo el mundo se encontraba
durmiendo y nadie me vio. La lenta e irónica corriente del canal me
situó bajo una de las barcazas que tanto odiaba, enredado en la
cuerda del amarre. Y ahí sigo...
Por Dios Javi! No se como haces para describir algo tan macabro con palabras tan bonitas!
ResponderEliminarMe encanto tu lenguaje. Me encanta tu estilo
P.D. Eres un genio con los títulos, sabias?
Jijijiji, qué bueno Javi, qué malvado ¡me encanta!
ResponderEliminarBesitos!
Que historia! muy buena y la foto le viene muy bien!! Gracias Vicki por eso ;)
ResponderEliminarComo siempre totalmente impredecible, me encanta como transformas estas imágenes tan monas en historias un poco tenebrosas, es divertido.
ResponderEliminarun abrazo,
vane
Muchísimas gracias!!! Me alegro un montón de que os haya gustado :))))
ResponderEliminarImpresionante, bueno, buenísimo. Parece estar hecho para comenzar un guión de una película.
ResponderEliminarSigue así
Un besazo,
Mónica
Me ha encantado, huele a Francia, incluso me ha recordado a Anis Nin, que vivió durante un tiempo en una barcaza!!
ResponderEliminarImpactada me quedo por una frase en concreto
"Mis lunes se convirtieron en calvarios".
Si te digo que escribí lo mismo en el diario vas y me crees, a que si?
Beso gigante para uno de los más grandes
(y no me refiero a lo corporal jodio)
Buenisimo relato. Reconozco que soy malísima para hacer una "crítica literaria" (soy malisima para expresarme con palabras en general) asi que solo puedo decir si me toca la fibra o no, y me ha tocado la fibra, si señor.
ResponderEliminarGracias!! No sé cómo contaros que hasta me pongo colorado...
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