Fotografía: "Man reading the paper" de Vicky Pin Muchas gracias!! |
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“Ya
estás llegando, Steve”, se dijo a sí mismo.
Como
cada martes, Steve V. Coleman había tomado el bus desde Newington
hasta Lambeth, la parada del Puente de Westminster. Hacía tiempo que
había dejado de sentir el placer de conducir gracias al pesado
tráfico londinense, y no dudaba en trasladarse de un sitio a otro
mediante cualquier transporte público. Hoy había optado por el
autobús. En cierto modo, a Steve le provocaba cierto placer
encontrarse rodeado y apretado entre la gente. Me explico: Mr.
Coleman es un alto directivo de una prestigiosa empresa de
telecomunicaciones. Adolece de la soledad de los grandes, ya que a
sus empleados se les encoge el alma cuando se dirige a ellos. No
tiene con quien bromear en el trabajo, ya que su labor es demasiado
seria y se reúne con gente a la que no le apetece reír. No puede
bajar la guardia y confiar en nadie, ya que cualquiera es susceptible
de arrebatarle su puesto. Su despacho es uno de los más altos, de
los más grandes, de los más silenciosos... Al igual que su casa, en
la que ya no hay gente que cambie las cosas de sitio, ni ese
agradable sonido amortiguado de otras personas haciendo cualquier
cosa en cualquier habitación. Por todo esto, siente un ráfaga de
placer sumergiéndose en el “tropel del la plebe”. Para él
resulta divertido pararse en medio del bus o del tube y escuchar
pedazos de conversaciones normales de gente normal, preocupada,
contenta, perdida, agobiada...
Pero
los martes no. Los martes, Steve no aparta la mirada de la ventanilla
en todo el trayecto. Su mente se va muy lejos mientras sus ojos ven
pasar la ciudad por el cristal empañado. Se deja llevar por las
frenadas y acelerones del conductor, y ni siquiera rechista cuando
alguien le hunde el codo para hacerse un sitio. Entonces es cuando
llega a su parada y se apea. Baja los escalones lánguidamente y
espera a que el autobús arranque. Coloca el periódico bien doblado
bajo el brazo y comienza a caminar dirigiendo la vista siempre hacia
la derecha, hacia el otro lado de la calle. Se desplaza contemplando
al Marriot y siempre piensa que su fachada le recuerda a un cuartel
militar. Al inicio del puente, se encuentra con los típicos turistas
fotografiando la típica estampa del Big Ben con Westminster Bridge
Road, esperando pacientemente a que uno de los característicos taxis
o autobuses londinenses atraviesen el encuadre.
Cuando
llega a este punto, es cuando se gira hacia la izquierda. Y cuando
gira hacia la izquierda, es cuando su corazón se encoge. Atraviesa
un pequeño arco de piedra y comienza a caminar por el paseo que
discurre bajo los árboles, paralelo a la ribera del Thamesis,
dejando a un lado el Hospital St. Thomas.
(Un
martes, un año antes)
Steve
ve a través del ventanal de su oficina que ya ha anochecido. Mira el
reloj y comprueba fastidiado que en ese preciso instante debería
estar recogiendo a Kate a la salida del trabajo, pero su reunión se
está alargando más de lo debido. Podría en ese instante
salir por la puerta con toda la tranquilidad del mundo, pero este cliente, a
pesar de que no lo soporta, es de los más importantes. Así que
decide avisar a su secretario para que envíe un mensaje a Kate
disculpándose por no poder acudir. Una hora después, Steve es
informado de que Kate, su esposa, ha fallecido tras ser asaltada
cuando caminaba por la orilla del río, junto al Hospital de St.
Thomas.
(Hoy,
martes actual)
Esta
mañana, la niebla confiere un tono de irrealidad al paisaje urbano.
El Big Ben se desvanece a medida que se acerca al cielo y las
barcazas surcan la neblina que flota sobre las aguas opacas del río.
Steve forma un hueco con sus manos y exhala en el interior para
calentarse los dedos.
“Ya
estás llegando, Steve”, dice para sus adentros. “Ya estoy
llegando, Kate”.
Desde
hace un año, Steve acude cada martes a la ribera del Thamesis y se
sienta en el banco en el que debería haber estado esperando a su
esposa aquella tarde.
Despliega
el periódico, pero no lee.
Lo
utiliza para esconderse, para que nadie lo vea hablar con Kate, para
que nadie lo vea llorando, para que nadie vea cómo se le parte una y
otra vez el alma entre disculpas...
Pobre hombre!!!
ResponderEliminarQue buena manera de empezar Javi... Me encanto
Felicidades Javi!
ResponderEliminarBella foto, bella historia
mas mas mas historias!
Wow! Javi, cuanto talento empaquetado en una sola cabecita!
ResponderEliminarEs completamente cinematografico, lo pude visualizar palabra por palabra.
Gracias por escribirlo.
(Voto por que eliminen la verificacion de palabras)
Wow, Javi!!! Estoy con la piel de gallina. Te felicito, my friend, usted es un GENIO!!!!
ResponderEliminarPadrísimo, Me transportaste, lo viví, lo olí, sentí su dolor sentado en esa banca, qué igual puede ser la estación de un tren o un sofá vacío.
ResponderEliminarTe admiro un montón.
Que relato Javi!! que talentoso que eres, es la primera vez que te leo y me encanta.
ResponderEliminarUna historia triste y conmovedora.
Abrazos!!