Foto: Itziar Aio (Gracias!)
Enviada por: Javier García
Escrito por: Victoria Pinto (espero no herir susceptibilidades) (este cuento también ha salido de un ejercicio de la Escuela de Escritores de la Universidad del Rosario)
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He logrado superar todas las
pruebas. Pasé la entrevista con el sicólogo, hablé en ingles fluidamente con el
director de ventas, solucioné correctamente la formula en Excel para el jefe de
sistemas, el presidente me entrevistó y lo hice reír. Este empleo es mío, no lo
dudo ni por un segundo. Estoy esperando en la sección de recursos humanos,
esperando que me lo notifiquen. La sicóloga sale y me sonríe.
-Diana, por favor pasa-
Me levanto con elegancia, camino
con seguridad. Le doy la mano y estrecho la suya con cariño genuino y ella me
devuelve el apretón. Me hace seguir a su oficina, me siento y dejo mi cartera
Louis Vuitton de última colección sobre el escritorio. Sé lo que estoy
haciendo, siempre tengo control sobre lo que hago: estoy impresionándola, por
si acaso. Si no se han decidido por mí todavía, ahora lo harán.
Extiendo mis manos sobre la mesa
y la sicóloga chilla -¡Que color de esmalte tan bonito!-
Sabía que le gustaría. Sonrío por
dentro.
- ¿te gusta?, yo no estaba muy
segura- le digo con fingida indiferencia.
Ella sonríe y empieza a hablar
después de una pausa, como si fuera a contarme un secreto –bueno, quiero que
sepas que has pasado todos los procesos de selección y que la empresa ha
decidido contratarte.
-Lógico- pienso arrogante. -Muchas
gracias por poner su confianza en mí- deberían ser ellos los agradecidos.
Ella me explica algunas otras
cosas y luego me extiende el contrato para que firme. Yo no la oigo, estoy muy
ocupada regodeándome por dentro. Sabía que me iban a dar este trabajo, soy la
mejor. Que se preparen todos los vejetes, yo vengo con los conocimientos
fresquitos, recién salidos de la universidad.
Cuando la sicóloga termina su
discurso preparado, me levanto y giro la cabeza con un movimiento estudiado que
hago para verme más femenina y le digo – Nos vemos mañana, a las 7. No puedo
esperar-
Ella se despide con solemnidad.
La he descrestado con mi estilo – ¡Ah! Una cosa más- agrega ella –recuerda traer
tu cédula siempre, no te van a dejar entrar por ningún motivo sin
identificarte- Asiento con la cabeza.
Voy hacia la salida con paso decidido, mis
tacones retumban sobre el suelo de granito que me devuelve el reflejo. Me
encanta este sonido. Es el sonido del triunfo.
Al llegar a la puerta giratoria,
el vigilante se acerca para ayudarme a empujarla. Apoya su peso contra la
primera hoja de cristal y luego los dos nos quedamos mirándonos boquiabiertos.
Se me para el corazón. No puede
ser. Es Yeison.
-¿Diana?- me dice él visiblemente
perturbado. ¿Como se atreve? ¿cómo me ha
reconocido?. Todo nuestro oscuro pasado vuelve para pisotear mi corazón
como si fuera una tormenta de granizo.
- ¿Qué haces aquí?- pregunto
furiosa
- Soy vigilante aquí- dice él
dolido
Empujo la puerta giratoria con un
movimiento brusco y salgo desesperadamente para tomar el aire fresco. Luego corro
más o menos dos cuadras, lo suficiente para que nadie de la empresa me vea
tomando el bus. Mi estilo se ha ido.
Esa noche no puedo comer ni
dormir, la sola idea de que Yeison trabaje allí me da nauseas.
Seguro que va a contarles a todos
en la empresa que soy una pobre secretaria, o aun mejor “chica del café”, que
vendí mi alma para lograr vivir al norte de la ciudad y que en realidad no salí
de la Universidad Javeriana como dije en la entrevista, sino del Instituto
Triangulo. Yeison me odia, lo se porque lo dejé por Felipe, el que me deja
vivir aquí sin que su esposa se entere.
Hasta me cambié el apellido. Aún
así y pese a los consejos de la revista Cosmo no logro que mi pasado se olvide
de mí y no vuelva a buscarme.
Logro dormir dos horas. Sueño con
Yeison, que me espera en la puerta giratoria con un cubo lleno de agua y un
trapo para lavar los baños. Me despierto sin respiración, lanzo un grito
gutural y quedo sentada. Afuera ya es de mañana, tengo un hambre tremenda
pero sé que en la nevera no hay nada, porque la empeñé para comprar la cartera
de Louis Vuitton.
Salgo a la calle desesperada, no sé
cómo he logrado vestirme. Le temo al escarnio público. Estoy segura de que
cuando llegue me van a mirar raro. En la parada del autobús unas palomas se
pasean por el suelo recogiendo cuanta porquería encuentran del piso, -así como
yo, antes- pienso con amargura. Quiero patearlas, pero no lo hago ¡Maldito
Yeison! Estoy furiosa y tengo miedo.
Diviso mi bus y le hago señas con
las manos. Me busco las monedas entre los bolsillos, es denigrante. El bus va
lleno hasta la puerta, estoy tratando de subir a la escalerilla entre dos
hombres. Hoy no quiero llegar al trabajo… esto me da una brillante idea: sin
cédula no me dejarán entrar al edificio. Sin pensarlo mucho, busco con
dificultad la billetera, no la encuentro, estoy dispuesta a desaparecerla, no
se porqué pero tengo la sensación de que me van a requisar cuando llegue al
trabajo.
Estoy como una loca. Las puertas
del bus están a punto de cerrarse, los dos hombres me empujan hacia adentro
como entre un sándwich. Quiero liberarme y quiero hacerlo ahora. Me revuelvo frenética, mis manos actúan
solas, se levantan y arrojan con fuerza hacia la calle la cartera de Louis
Vuitton justo antes de que las puertas se cierren con violencia. Alcanzo a ver
como las palomas se sobresaltan cuando les cae encima la pesada mole roja con
pepas blancas. No hay nada que hacer. Estoy perdida.
Victoria, estoy boquiabierto.
ResponderEliminarEstoy orgulloso de participar en este blog, en serio! Qué nivel!!
ResponderEliminarOjalá la gente nos criticase! :D
ResponderEliminarYo estoy boquiabierta! un relato que engancha de principio a fin!
ResponderEliminarMe encanta que mi foto haya inspirado esta historia. Gracias chicos!
Gracias a ti por ayudarnos a publicar una vez más :)
EliminarHola, Dianita!. Excelente artículo y qué creatividad, pero lástima del bolsito y qué pena con las palomitas!
ResponderEliminaryo no entendi lo ultimo alguuien q em epueda explicar. porfaz..
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