Foto de goiuri aldekoa-otalora. Gracias! Enviada por Alexandra Feo.
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Frente a mi edificio, desde que tengo uso de razón, ha habido una casa a medio caer. Los vecinos han desistido de reclamar a las autoridades para que hagan algo acerca de esto. Mi abuela piensa que la casa le quita belleza a la calle, yo por mi parte temo que Eugenia la mujer que vive allí muera aplastada bajo el peso de la estructura ante el más mínimo temblor.
Ella dice que su techo lo sostienen ángeles del cielo y que jamás se caerá, al menos no encima de ella.
Doña Eugenia no recibe muchas visitas, pero si recibe donaciones para una fundación de niños huérfanos. Por eso el jardín frente a su puerta está siempre lleno de las cosas que la gente viene a dejar (por lo general cualquier cosa que estorbe en la casa). Eugenia casi siempre recibe a los donantes y les ofrece un café pero casi nadie se atreve a aceptar: en lo más alto del tejado se sientan tres gatos a hacerle guardia a su dueña y desde que uno abre la puerta de la reja de madera y camina los cinco metros que la separan de la puerta de la casa, esos gatos se quedan observando fijamente todos tus movimientos. Alguno tal vez dejará escapar un maullido sofocado y el otro hará crujir las tejas. Ante esta situación el corazón empezará a latir, se sentirá en aire que algo va mal y cualquiera querrá salir corriendo, uno de los gatos crispará la cola y ya no habrá la menor posibilidad de aceptar ese café.
En ese jardín hay chécheres y antigüedades. Personalmente, creo que es fascinante. Siempre quise inspeccionar entre toda esta “basura” de las personas para luego imaginar un poco de sus vidas.
Una noche en la que regresaba a casa bastante tarde algo llamo mi atención; la puerta de la cerca blanca de Doña Eugenia golpeteaba suavemente mecida por el viento. Seguramente alguien había venido a dejar algún objeto y desesperado por salir de allí se había olvidado de cerrarla. Observe instintivamente el techo para saber si los gatos vigilaban, como siempre. No estaban. Un impulso incontrolable me arrastro hacia la cerca bamboleante y un minuto más tarde estaba adentro, borracha de emoción, esculcando todo lo que encontraba a mi paso.
Viejas lámparas y baúles, álbumes de fotos de los años 20, cubiertos rayados que nadie había querido, ni siquiera los huérfanos. De repente escuche sin mucha seguridad unas pisadas, pero creo que solo eran producto de mi paranoia. Imaginaba que la vieja Eugenia me encontraría y me llevaría a una especie de corte gatuna, precedida por sus tres gatos, donde sería condenada por haber entrado sin permiso y luego nadie nunca sabría nada más de mi.
Dejé a un lado este temor cuando encontré entre un baúl mohoso las páginas de lo que había sido una familia en los años 50. Era simplemente maravilloso, ver la moda de la época, las expresiones, la casa. Después de un momento pude identificar claramente la casa en donde me encontraba, había sido un edificio hermoso, ahora desvencijado y crujiente. En varias de estas fotos Eugenia aparecía abrazando a un niño mientras que dos más se aferraban a sus piernas. Quienes eran ellos? que habría pasado al final de los años de gloria de esta mujer?
Escarbando un poco más encontré un relicario. Dentro, las fotos de los tres niños que había visto antes y además, la de un hombre. “no sabía que hubiera estado casada” pensé. De inmediato quise saber donde estaba ahora este hombre y esos niños, a decir verdad a primera vista Doña Eugenia no parecía muy maternal.
Tomé una carta a medio preservar aplastada en plástico húmedo y empecé a leer por la mitad, donde la letra era más visible “…por la defunción, usted deberá acercarse a nuestras ventanillas el día 5 de cada mes. El retraso en el reclamo de su derecho pensional ocasiona el traslado del saldo a la nómina del siguiente mes. Al carecer de hijos sobrevivientes usted es la única beneficiaria del título.”
Sentí como mi corazón se arrugaba. Era esto posible? Era la vieja Eugenia simplemente una viuda triste viviendo de una mísera pensión? Tal vez no donaba los objetos/basura a la fundación como nos hacía creer. Tal vez los vendía al mejor postor, para poder sobrevivir.
Tuve un gran susto cuando una mano se apoyo suavemente sobre mi hombro, levante la cabeza y me encontré con los ojos decepcionados de Eugenia, quien me extendió su mano libre para ayudarme a levantar.
Me llevo de la mano firmemente dentro de la casa y me acerco una silla. Adentro era mucho menos tenebroso de lo que había imaginado. Si, el techo crujía, pero en general era bastante acogedor. Una sombra paso sobre nosotras -es solo Gustavo, que camina sobre el techo, no te asustes... que hacías mirando entre mis cosas?, tenias curiosidad?- le dije que si, llena de vergüenza.
Hace mucho que saque ese baúl de la casa, me trae malos recuerdos. Claro que no esperaba que alguien entrara para esculcar- me dijo levantando una ceja.
-No sabía que tenía hijos, le contesté-
-sí, tenía. Raúl, Lucas y Gustavo. Murieron en un accidente y su padre con ellos-
Lo dijo tan fríamente que me tomo varios segundos entenderlo, era una historia triste y ella parecía no sentir nada. Tal vez era solo una mujer que había enloquecido.
-antes de que empieces a pensar que soy una mujer que ha enloquecido déjame decirte que me encuentro muy bien, mis hijos me cuidan día y noche y te agradecería si no comentaras lo que has visto con nadie más.-
No entendía de que estaba hablando, la pobre de la vieja Eugenia estaba desvariando. -que quiere decir de sus hijos?, que la cuidan? Desde el cielo?- pregunte
-sí, bueno podría decir que si... – dijo volteando los ojos, luego prosiguió calmadamente- Gustavo fue el primero que llego, 15 días después del velorio. Apareció en la puerta y no quiso irse más. Le gustaba dormir en su cama original y tomar leche con miel al desayuno, eventualmente me di cuenta de que era él. Al principio estaba muy sorprendida pero aprendí a aceptarlo.
La expresión de mi cara cambiaba de confusa a lastimosa pero Eugenia siguió hablando
-Luego aparecieron Lucas y Raúl, una mañana en mi cama, como amanecían conmigo cuando estaban vivos. Trate de sacarlos de la casa asustándolos con una escoba pero no se fueron, en lugar de eso se sentaron con Gustavo en el techo. Después de un tiempo asumí que eran ellos dos. En el fondo quería que también vinieran a hacerme compañía.
-Señora Eugenia, porque no trata de arreglar un poco su casa?- pregunte tratando de cambiar de tema y pensando que ya que estaba abriéndome sus secretos tal vez podría convencerla de remodelar. Ella solo respondió que era una mujer en espera de la muerte y sin dinero, pero feliz. –probablemente esta casa se caiga al siguiente día de mi muerte… pero no antes- me dijo
Le agradecí por la historia y me levante sin hacer movimientos rápidos. Me dirigí hacia la salida sin mirar atrás. Sentí su mirada desesperanzada mientras me alejaba rápidamente, sus tres gatos maullaban sin control desde el tejado. Ella les hablaba suave -tranquilos, tranquilos-
Atravesé la calle y entre en mi edifico, donde espié por un largo rato por entre las cortinas de la ventana. La vieja Eugenia se quedo unos minutos más frente a su puerta con expresión preocupada y los gatos mantuvieron una actitud expectante, luego se echaron uno sobre otro y se quedaron dormidos.
Por obvias razones aquella noche no pude dormir tranquila. Pregunte a mi abuela si ella había conocido alguna vez al esposo de Eugenia pero mi abuela dijo no querer hablar de eso. -déjala en paz- me advirtió. Pensé que lo decía porque era una persona peligrosa; peligrosa y loca.
A la semana siguiente me levantó un fuerte movimiento, mi cama de metal crujía, los libros de los estantes cayeron al piso, la tierra estaba temblando. Salimos como pudimos solo para evaluar el daño: 3 edificios sin vidrios, una casa derrumbada y un auto aplastado por un poste de la luz. Mientras que la casa de Doña Eugenia se erguía orgullosa al final de la calle, sin un vidrio roto ni una teja floja, allí parecía que el tiempo se hubiera detenido. Su tejado crujiente, desvencijado pero intacto. Sentí como un escalofrío me recorrió la espalda, pude ver como la vieja Eugenia miraba de reojo por una de las ventanas, misteriosa, como siempre. Alcé la vista y sus tres gatos sobre el tejado me observaban fijamente. Después de todo parecía que si estaban de guardia.
Ella dice que su techo lo sostienen ángeles del cielo y que jamás se caerá, al menos no encima de ella.
Doña Eugenia no recibe muchas visitas, pero si recibe donaciones para una fundación de niños huérfanos. Por eso el jardín frente a su puerta está siempre lleno de las cosas que la gente viene a dejar (por lo general cualquier cosa que estorbe en la casa). Eugenia casi siempre recibe a los donantes y les ofrece un café pero casi nadie se atreve a aceptar: en lo más alto del tejado se sientan tres gatos a hacerle guardia a su dueña y desde que uno abre la puerta de la reja de madera y camina los cinco metros que la separan de la puerta de la casa, esos gatos se quedan observando fijamente todos tus movimientos. Alguno tal vez dejará escapar un maullido sofocado y el otro hará crujir las tejas. Ante esta situación el corazón empezará a latir, se sentirá en aire que algo va mal y cualquiera querrá salir corriendo, uno de los gatos crispará la cola y ya no habrá la menor posibilidad de aceptar ese café.
En ese jardín hay chécheres y antigüedades. Personalmente, creo que es fascinante. Siempre quise inspeccionar entre toda esta “basura” de las personas para luego imaginar un poco de sus vidas.
Una noche en la que regresaba a casa bastante tarde algo llamo mi atención; la puerta de la cerca blanca de Doña Eugenia golpeteaba suavemente mecida por el viento. Seguramente alguien había venido a dejar algún objeto y desesperado por salir de allí se había olvidado de cerrarla. Observe instintivamente el techo para saber si los gatos vigilaban, como siempre. No estaban. Un impulso incontrolable me arrastro hacia la cerca bamboleante y un minuto más tarde estaba adentro, borracha de emoción, esculcando todo lo que encontraba a mi paso.
Viejas lámparas y baúles, álbumes de fotos de los años 20, cubiertos rayados que nadie había querido, ni siquiera los huérfanos. De repente escuche sin mucha seguridad unas pisadas, pero creo que solo eran producto de mi paranoia. Imaginaba que la vieja Eugenia me encontraría y me llevaría a una especie de corte gatuna, precedida por sus tres gatos, donde sería condenada por haber entrado sin permiso y luego nadie nunca sabría nada más de mi.
Dejé a un lado este temor cuando encontré entre un baúl mohoso las páginas de lo que había sido una familia en los años 50. Era simplemente maravilloso, ver la moda de la época, las expresiones, la casa. Después de un momento pude identificar claramente la casa en donde me encontraba, había sido un edificio hermoso, ahora desvencijado y crujiente. En varias de estas fotos Eugenia aparecía abrazando a un niño mientras que dos más se aferraban a sus piernas. Quienes eran ellos? que habría pasado al final de los años de gloria de esta mujer?
Escarbando un poco más encontré un relicario. Dentro, las fotos de los tres niños que había visto antes y además, la de un hombre. “no sabía que hubiera estado casada” pensé. De inmediato quise saber donde estaba ahora este hombre y esos niños, a decir verdad a primera vista Doña Eugenia no parecía muy maternal.
Tomé una carta a medio preservar aplastada en plástico húmedo y empecé a leer por la mitad, donde la letra era más visible “…por la defunción, usted deberá acercarse a nuestras ventanillas el día 5 de cada mes. El retraso en el reclamo de su derecho pensional ocasiona el traslado del saldo a la nómina del siguiente mes. Al carecer de hijos sobrevivientes usted es la única beneficiaria del título.”
Sentí como mi corazón se arrugaba. Era esto posible? Era la vieja Eugenia simplemente una viuda triste viviendo de una mísera pensión? Tal vez no donaba los objetos/basura a la fundación como nos hacía creer. Tal vez los vendía al mejor postor, para poder sobrevivir.
Tuve un gran susto cuando una mano se apoyo suavemente sobre mi hombro, levante la cabeza y me encontré con los ojos decepcionados de Eugenia, quien me extendió su mano libre para ayudarme a levantar.
Me llevo de la mano firmemente dentro de la casa y me acerco una silla. Adentro era mucho menos tenebroso de lo que había imaginado. Si, el techo crujía, pero en general era bastante acogedor. Una sombra paso sobre nosotras -es solo Gustavo, que camina sobre el techo, no te asustes... que hacías mirando entre mis cosas?, tenias curiosidad?- le dije que si, llena de vergüenza.
Hace mucho que saque ese baúl de la casa, me trae malos recuerdos. Claro que no esperaba que alguien entrara para esculcar- me dijo levantando una ceja.
-No sabía que tenía hijos, le contesté-
-sí, tenía. Raúl, Lucas y Gustavo. Murieron en un accidente y su padre con ellos-
Lo dijo tan fríamente que me tomo varios segundos entenderlo, era una historia triste y ella parecía no sentir nada. Tal vez era solo una mujer que había enloquecido.
-antes de que empieces a pensar que soy una mujer que ha enloquecido déjame decirte que me encuentro muy bien, mis hijos me cuidan día y noche y te agradecería si no comentaras lo que has visto con nadie más.-
No entendía de que estaba hablando, la pobre de la vieja Eugenia estaba desvariando. -que quiere decir de sus hijos?, que la cuidan? Desde el cielo?- pregunte
-sí, bueno podría decir que si... – dijo volteando los ojos, luego prosiguió calmadamente- Gustavo fue el primero que llego, 15 días después del velorio. Apareció en la puerta y no quiso irse más. Le gustaba dormir en su cama original y tomar leche con miel al desayuno, eventualmente me di cuenta de que era él. Al principio estaba muy sorprendida pero aprendí a aceptarlo.
La expresión de mi cara cambiaba de confusa a lastimosa pero Eugenia siguió hablando
-Luego aparecieron Lucas y Raúl, una mañana en mi cama, como amanecían conmigo cuando estaban vivos. Trate de sacarlos de la casa asustándolos con una escoba pero no se fueron, en lugar de eso se sentaron con Gustavo en el techo. Después de un tiempo asumí que eran ellos dos. En el fondo quería que también vinieran a hacerme compañía.
-Señora Eugenia, porque no trata de arreglar un poco su casa?- pregunte tratando de cambiar de tema y pensando que ya que estaba abriéndome sus secretos tal vez podría convencerla de remodelar. Ella solo respondió que era una mujer en espera de la muerte y sin dinero, pero feliz. –probablemente esta casa se caiga al siguiente día de mi muerte… pero no antes- me dijo
Le agradecí por la historia y me levante sin hacer movimientos rápidos. Me dirigí hacia la salida sin mirar atrás. Sentí su mirada desesperanzada mientras me alejaba rápidamente, sus tres gatos maullaban sin control desde el tejado. Ella les hablaba suave -tranquilos, tranquilos-
Atravesé la calle y entre en mi edifico, donde espié por un largo rato por entre las cortinas de la ventana. La vieja Eugenia se quedo unos minutos más frente a su puerta con expresión preocupada y los gatos mantuvieron una actitud expectante, luego se echaron uno sobre otro y se quedaron dormidos.
Por obvias razones aquella noche no pude dormir tranquila. Pregunte a mi abuela si ella había conocido alguna vez al esposo de Eugenia pero mi abuela dijo no querer hablar de eso. -déjala en paz- me advirtió. Pensé que lo decía porque era una persona peligrosa; peligrosa y loca.
A la semana siguiente me levantó un fuerte movimiento, mi cama de metal crujía, los libros de los estantes cayeron al piso, la tierra estaba temblando. Salimos como pudimos solo para evaluar el daño: 3 edificios sin vidrios, una casa derrumbada y un auto aplastado por un poste de la luz. Mientras que la casa de Doña Eugenia se erguía orgullosa al final de la calle, sin un vidrio roto ni una teja floja, allí parecía que el tiempo se hubiera detenido. Su tejado crujiente, desvencijado pero intacto. Sentí como un escalofrío me recorrió la espalda, pude ver como la vieja Eugenia miraba de reojo por una de las ventanas, misteriosa, como siempre. Alcé la vista y sus tres gatos sobre el tejado me observaban fijamente. Después de todo parecía que si estaban de guardia.
Bella Vicky, bella historia. Me encantó el ambiente y el ritmo.
ResponderEliminarbesos
Oye, qué inquietante!
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