Enviada por: Victoria Pinto
Texto: Javier García
Triste era ver la página
tan inmaculada; ni una sola palabra, ni un punto ni una coma.
Eso sí era triste para
Jean, ya que en esta ocasión, el editor le había brindado un buen
margen de tiempo. Quizá ese montón de tiempo fue la principal causa
de la continuada procrastinación a la que se había abandonado.
Si la amenazante página
en blanco tuviera tantas frases como filtros chafados tenía en el
cenicero, seguramente ya tendría su historia terminada. A su favor
podía alegar las tareas diarias que por sorpresa aparecían, ya
fuera por necesidad o por imposición ineludible de la gente que le
rodeaba. Siempre había alguien que necesitaba de él que hiciera
algo en su lugar. Pero era lo suficientemente mayor para saber que
ésa no era precisamente la razón fundamental.
La página en blanco
comenzaba a tener vida propia... Incluso el silencioso zumbido de su
computadora parecía ser interrumpido por los incipientes latidos del
monstruo blanco. Ya no lo soportaba más. De golpe, cerró la tapa
del portátil y dejó caer los hombros reconociendo la derrota.
(Suspiro)
Se calzó unas deportivas
y salió de casa encendiendo un cigarro. Bajando por las escaleras se
cruzó con un par de vecinos que le brindaron algún gruñido de
disgusto por su fea costumbre de fumar en zonas comunitarias. Por lo
general, él mostraba indiferencia hacia sus vecinos, aunque en su
interior se lamentaba por la mala relación que mantenía con
ellos... Se sentía como el bicho raro del portal, el único que no
conocía los detalles de sus vidas y que herméticamente ocultaba los
suyos de ellos. Mentalmente lo anotó en su lista de “mecanismos de
defensa a eliminar”.
Comenzó a caminar sin
rumbo por la calle, enfrascado en una ristra de pensamientos que poco
a poco le iban descubriendo su realidad. De calle en calle, Jean iba
realizando un ordenado esquema mental de su situación. Quería
obtener una visión global que le descubriera qué estaba haciendo
mal y cómo podía cambiarlo. Se dedicó a englobar, encuadrar y unir
con líneas todos los aspectos de su persona que de alguna manera u
otra mejoraban o hundían su estilo de vida
Cuarenta y cinco minutos
después, se detuvo bruscamente. Había recorrido la ciudad de punta
a punta y se dio cuenta de que había caminado por calles llenas de
gente con ropa colorida, calles adornadas con banderolas e
impregnadas de olores dulces... Se había detenido frente a la
entrada de la feria. En su ciudad se celebraban las fiestas
patronales, aunque él, sumido en su modo de vida ermitaño, no se
había percatado de ello. Sin pensarlo demasiado, se zambulló en el
ruidoso río de gente, globos, olores y músicas que discurría por
las avenidas de la feria, con la intención de que sus pensamientos
siguieran aflorando libremente.
No estaba acostumbrado a
las aglomeraciones, por lo que en unos minutos comenzó a sentirse
agobiado y mareado. La música le parecía atronadora y descompasada,
los olores penetraban con violencia en su nariz, la gente le empujaba
y chocaba con él como si no lo vieran llegar. En el preciso instante
en que el esquema final de su realidad apareció diáfano en su
mente, se detuvo con brusquedad. Tenía en la nuca esa extraña
sensación que se produce cuando crees que alguien te está mirando
fijamente. Giró sobre sus talones y lo vio. A dos metros, inmóvil,
un chico le observaba. Estaba de pie en mitad de la avenida. Era
desgarbado, un poco ojeroso y vestía con gracia ropa vieja. No era
realmente guapo, pero algo en su pose y su actitud provocaba cierta
atracción. Su mirada le había atrapado y, curiosamente, nadie
atravesaba la línea que se había formado entre ellos. El chico
esbozó una media sonrisa y comenzó a caminar hacia su izquierda.
Jean alzó la vista y vio
la noria. El chico se dirigía hacia allí, así que se apresuró
para no perder su pista. Al girar la esquina de una caseta, volvió a
encontrarlo. Estaba sentado solo en la cesta de la noria. La pequeña
portezuela abierta sabía claramente a invitación. El chico
simplemente miraba hacia otro lado con el mentón apoyado sobre una
mano. En contra de su lógica y su miedo a las alturas, Jean se
introdujo en la cesta y se sentó frente al extraño. Como si nada
hubiese ocurrido, éste se inclinó y cerró la portezuela, volviendo
a su pose contemplativa.
Un feo chirrido anunció
que la maquinaria de la noria había empezado a girar. La cesta se
agitó con fuerza y Jean se aferró tan fuerte como pudo. Las alturas
siempre le habían asustado. A medida que la cesta iba tomando
altura, Jean sentía cómo su caja torácica iba menguando y cómo
sus piernas pesaban más.
–Tienes los nudillos
blancos, Jean...–dijo de repente el extraño–Es más, tienes
tanto miedo que ni siquiera te sorprendes de que sepa tu nombre,
¿cierto?–y soltó una carcajada.
En medio de su ansiedad,
Jean notó que el extraño no había movido sus labios ni un
milímetro. Y peor aún, creía haber reconocido su propia voz en sus
palabras.
Estaba anocheciendo. La
cesta ascendía meciéndose suavemente. Con la altura, los olores se
iban desvaneciendo, las luces se iban debilitando y la música sonaba
amortiguada. En la cesta, las sombras se iban acoplando a las suaves
luces de colores de la noria.
–No es necesario que
hables, sólo escúchame–continuó el chico.
«Mi nombre es Jean, como
el tuyo. Si te dijera mis apellidos, comprobarías que también
coinciden con los tuyos. Y así podríamos seguir con cualquier dato
que te diera, Jean. Yo también tengo miedo a las alturas, aunque es
algo que estoy superando.»
Jean escuchaba con los
ojos como platos.
«¿Qué tal te ha ido
con ese esquema mental? Creo que en el momento en que te diste cuenta
de mi presencia, habías llegado al final de tus pensamientos. ¡Qué
casualidad, ¿eh?! Ya habías localizado esos aspectos de tu vida que
te están lastrando, y sé que en ese momento te estabas haciendo una
pregunta. ¿Cuál era, Jean? ¿La recuerdas?»
–“¿Quién sería yo
si me deshiciera de esas cosas?”–dijo Jean en voz alta. En ese
preciso instante, la cesta se detuvo bruscamente. Se encontraban en
lo más alto de la noria. La brisa era fresca, y la visión del
atardecer anaranjado en el horizonte se le hacía reconfortante a
pesar del miedo.
–YO soy la respuesta,
Jean–dijo inclinándose y acercando su cara a la del mediocre
escritor. Jean no fue capaz de articular una palabra cuando comprobó
que realmente se encontraba ante una versión desconocida de sí
mismo.–Sólo quiero que des el primer paso para cambiar todo eso
que pesa dentro de ti. Sabes qué cosas están mal y sólo tienes que
deshacerte de ellas. Sabemos cuánta importancia les das y qué
diferente sería todo sin ellas. Sólo tienes que dar un paso...
Dicho esto, el nuevo Jean
abrió la portezuela de la cesta mostrando el camino con su mano
extendida.
La
noria terminó de dar una vuelta completa. De la cesta se apeó un
solo chico, que bajó sonriendo y hablando al operario de la noria de
las preciosas vistas que había desde arriba. Un solo chico que se
compró un pedazo de coco en uno de los puestos de la feria, y que se
fue a casa saboreándolo mientras pensaba en el artículo que tenía
que escribir. Un chico que sólo necesita unos minutos en lo alto de
la noria.
ya sabes que me ha impactado, como siempre me ha resultado imprevisible todo el relato y eso que soy una destripaargumentos de pro.
ResponderEliminarun abrazo
Jajaja! Gracias :)
ResponderEliminarAdemás de a nube de algodón rosa, huele a Hitchcock!,
ResponderEliminarNada que envidiarle, por supuesto eh!!
Mu grande Javi :)
Y la foto
Una delicia, como el texto!!!
ResponderEliminaroh my god!!! Pero y pa cuando es la publicacion del libro???? que texto!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarJavi que lindo!!!! me encanto la historia, que talento! Ver mi foto acompañada de semejante texto, me emociona mucho!
Un besito a todos los que construyen este blog tan lindo y gracias por tenerme en cuenta!
Me alegro de que os haya gustado! :D
ResponderEliminarNo las tenía todas conmigo por lo rato que me había quedado (Vane lo sabe, jajaja! Que tiene que soportar mis autocríticas...)
Muchas gracias y un besote!
Me encanto... además te pone a pensar y todo!
ResponderEliminarEso fue lo que te paso? te envié la foto con mucho tiempo? jajaja
Hola, Sra. Editora!
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