Fotografía por: Victoria Pinto
Texto: Javier García
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A veces leyes son estrictas y no
entienden el funcionamiento del corazón.
Tengo una fotografía mental. Un
recuerdo de un instante, de un momento acompañado por una sensación
de bienestar. Un sentimiento de orden, de calidez, como cuando las
cosas son como deben ser... Una imagen teñida del cálido dorado con
que la memoria distingue y clasifica los recuerdos importantes de los
triviales o los dolorosos.
En mi fotografía, me encuentro en la
caseta del jardín con mi abuelo. Él se está sentado sobre el borde
de una silla, observándome de reojo con media sonrisa (la que le
caracterizaba) mientras afila y lustra su navaja boletaire. En
frente, repantigado sobre las zapatillas de mi abuelo y lanzando
sonoros y placenteros ronquidos mientras duerme, se encuentra Cúper,
un enorme pero afable braco alemán. Puede sonar ridículo, pero
cuando pienso en aquel noble perrazo puedo alcanzar a sentir un
levísima punzada de envidia... Creo que no hubo persona humana sobre
la tierra que llegara a tener lazos tan fuertes con mi abuelo como
los que Cúper estableció con él. ¡Se trataba de una verdadera
conexión espiritual!
Frente a mi abuelo, a un par de metros,
me encuentro sentado sobre el suelo de cemento, leyendo con
dificultad esa enciclopedia micológica que a lo largo de los años
él había elaborado con su dudosa caligrafía. A un lado, descansa
volcada su cesta para las setas.
Los rayos de luz (dorados en mis
recuerdos) entran oblicuos por ventana y puerta, creando luces y
sombras, y dejando a la vista el fino polvo que flotaba sobre el
ambiente.
Qué fáciles eran entonces las
cosas... Todo fluía con sencillez...
Cúper, al igual que yo, amaba a mi
abuelo. Lo amaba desde el mismo día en que mi abuelo lo encontró de
cachorro en una profunda zona del bosque. Aún no me explico cómo
fue a parar allí el perro, aunque a veces dejo que la imaginación
gane la partida y pienso que un ente superior puso al can en el
camino de mi abuelo. Cúper lo amaba tanto que adoptó la afición de
mi abuelo por las setas afinando su olfato para encontrar e
identificar aquellas que mi abuelo deseaba.
Mis ideas y mis presentimientos sobre
su conexión espiritual se confirmaron el día en que ambos murieron.
Mi abuelo cayó por un desnivel en el bosque mientras buscaba setas
con Cúper.
Los vecinos que salieron en su busca
durante la noche, cuentan que encontraron a mi abuelo en el fondo de
un pequeño barranco. Y que Cúper, aunque ileso, yacía inerte
arrellanado contra su cuerpo. Simplemente se había dormido junto al
cadáver de mi abuelo para dejar de respirar también.
Si
las leyes fuesen un asunto cabal, Cúper descansaría en el
camposanto junto a mi abuelo. Pero la legislación es en ocasiones un
dique que entorpece el curso natural de las cosas. Mi abuela, aun sin
estudios, fue muy sabia. En un alarde de lucidez y amor, decidió,
con el beneplácito y comprensión del resto de los vecinos, que los
enterraría juntos en el patio, bajo el jardín. Y ahí es donde año
tras año crece un manto de setas de color cobrizo, desconocidas
hasta la fecha...
Javi, que me haces llorar!
ResponderEliminarQue belleza de texto Javi! La forma en que relatas hace que uno se sienta en el lugar y tiempo de tu historia.
ResponderEliminarMe hiciste llorar!
Un abrazo mi querido amigo.
~A.
Ay, si yo no quería haceros llorar! Lo siento! jajaja! Mi primera idea sobre el relato era bien distinta, pero una cosa llevó a la otra... y dramón!
ResponderEliminarMuchas gracias por visitar el blog y un abrazo bien grande para las dos :)
Yo no he llorado, pero se me han puesto los pelos como escarpias. Bonita historia, muy emotiva.
ResponderEliminarQue ternurita....
ResponderEliminarSe me arrugo el corazón. Muy lindo Javi!!